Lectores..

lunes, 31 de octubre de 2016

Amores que marcan

Era una mujer difícil de amar. Numerosas veces dudabas del amor que ella decía te profesaba. Era un amor loco, inestable, para algunos la mejor clase de amor, para otros como yo, el peor, pues lo padecía lentamente.
Le gustaba coleccionar los recuerdos de sus amantes anteriores; con frecuencia los contemplaba por un largo rato y, en ese momento, cuando caía su máscara, podías vislumbrar el interior de una niña vulnerable que sólo buscaba ser amada.
Yo, un hombre tranquilo por naturaleza, perdía la paciencia en incontables ocasiones cuando la veía hacer aquello y me preguntaba, inevitablemente, si no pasaría a ser también alguno de esos recuerdos, porque este amor sin pies ni cabeza era algo no destinado a durar.
Confieso que no tenía claro que me hacía amarla tanto, tal vez era esa vulnerabilidad e inocencia de casi-niña que me demostraba ternura y a su vez me lastimaba, pues la mantenía atada a su pasado y yo, quería ser su presente. Sentía ganas de protegerla y me daba impotencia cuando ella, en sus numerosos actos de inmadurez, iba y venía a su antojo.
Esta irracionalidad por su parte, su espíritu libre y que no se amedentraba fácilmente, eran como un soplo de aire fresco ante mi personalidad aburrida. Rompía con mi sensatez y mi cordura. Ella era fuego, y yo moría por arder entre sus brazos ¿Qué importaba quemarse si era por ella?
Al final terminé por aceptar que su amor (si podía ponerle ese nombre), se consumía rápidamente y terminaba por acabar en cenizas, grises y vacías, para nada similar al fuego rojizo y de colores vibrantes que te quemaba tiempo atrás; y te dejaba reducido a un hombre que sin su fuego, tan sólo vivía a medias.
Amarla dolía, pero estar sin ella era como veneno corriendo por tus venas; mi alma, intoxicada, clamaba por ella como si fuera mi salvadora aunque bien sabía era mi asesina.
Acabé por rehabilitarme de su amor tras varios meses de insoportable abstinencia. No era el mismo hombre, su amor me había dejado una marca de fuego en el corazón; ahora sólo buscaba alguien que supiera devolverme la cordura...